Estos personajes forman un disfraz en dúo.
Embutidos en un enorme saco de arpilla relleno de rebasto
(hierba seca) cubierto con una piel de oveja y andando a cuatro patas, los
jóvenes del pueblo dan vida al onso (oso), personaje casi tan fiero como
el animal al que representan. A empujones se harán sitio allá por donde pasen.
Con continuas carreras y gritos asustan a los allí presentes y demuestran
continuamente su superioridad física. Sólo la fuerza y los golpes de los
domadores, que los llevan atados con cadenas, conseguirán ponerlos en vereda.
Los domadores, tal y como hacían los pastores tiempo atrás, llevan la
espalda cubierta con una piel de choto para protegerse del frío. En una mano un
grueso palo de madera para golpear a los osos, en la otra un extremo de la
cadena con la que los llevan atados. En el morral, longaniza, jamón, cecina… y
mucho vino. Los domadores son los encargados de controlar la fuerza y el
espíritu salvaje de los osos, también de que no les falte comida y bebida.
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